martes, 22 de diciembre de 2009

Solamente por Pensar

“Y en ese instante sé lo que soy porque estoy exactamente sabiendo lo que no soy.”
Julio Cortázar, Rayuela

Ya van tres, quizás dos, o diez, seguramente más años que los que mi mente puede contar y recordar. De lo que sí estoy seguro, es del por qué de mi estadía aquí; las cuatro paredes, este frío suelo acogedor. Por las noches, especialmente esas en las que me es imposible conciliar el sueño, prefiero entrecerrar los ojos en vez de cerrarlos por completo, porque sólo en ese instante de difusa oscuridad, pareciera que los barrotes lejos se han ido, y lejos mi alma, y lejos mi vida, pero yo aún inmerso en la difusa oscuridad. La experiencia me ayuda a pensar. Y así junto a mis cuatro paredes y este cada vez más acogedor suelo frío, recuerdo mis despreocupados días de imberbe en la desdeñosa (para algunos como yo) y magnánima Italia.

Me encontraba viviendo (más bien sobreviviendo) solo y a mi suerte en Génova. Aún continúo digiriendo el cómo llegué allí, sería más fácil explicar con certeza el origen de algún universo que mi aparición por dicha urbe de contrastes. Arrastrándome por las estrechas calles me alimentaba de suspiros y limosnas, mí día a día no presentaba mayores complicaciones y la monotonía se apegaba a mi cuello ahorcándome sutilmente, en caso de notar algún soplo de estupidez. No importaba si era Domingo o Lunes, Dienstag oder Freitag, los días continuarían siendo similares, mi mente continuaría siendo similar. Caía el ventoso invierno genovés bajo la inmensidad de la metrópoli y mi ánima aún no encontraba el rumbo extáticamente anhelado. Un día no menos importante que los anteriores, ya caída la noche, recosté mi cabeza sobre una banca que segundos más tarde sería acompañada por el resto de mi cuerpo, me disponía a soñar. Divisé los calurosos días de verano jamás vividos, la suave arena disminuida a jirones por niños construyendo fortalezas de arena, dulce melodía bruscamente interrumpida por el vacío palpando mis manos, hasta hoy era alguien solitario. Precisamente en ese instante fue cuando y donde tropecé con Carlo Giuliani, que para su joven edad, mostraba mayor seguridad ideológica que la presentada por muchos otros irrelevantes de nombre. Acto seguido al momento de despertarme, ha preguntado por mi nombre y vivienda y yo, un poco avergonzado sin saber qué responder, declaré la ausencia de domicilio e identidad. Emanaba bondadosas intenciones, o al menos eso aparentaba. Rodeándome la oscuridad, acepté su invitación y lo seguí sin palabra alguna hasta que arribamos a su hogar. Me creía a salvo sintiéndome inmerso en este lúgubre ambiente, tirano de sueños y pesadillas, posiblemente porque desde mi niñez que no dormía bajo techo; en fin, allí me encontraba y planeaba al menos abrigarme hasta la mañana siguiente. Despierto y una vez frente al desayuno, mi laconismo quedó opacado por sus innumerables preguntas que pretendían poner a prueba mi débil conocimiento, (sobre el cual no presento orgullo alguno, claro) y basándose en mis respuestas, concluyó que pertenecíamos al mismo tipo de personas, esas que a menudo intentan sobrepasar los límites impuestos por mayorías, algunos los llaman anarquistas, pero nosotros preferíamos el término de individuo. Frecuentábamos el parque llamado Villetta Di Negro, próximo al corazón de Genova, donde reuníamos nuestras utópicas ideas dentro de pequeñas bolsitas, que paulatinamente íbamos vaciando y compartiendo con los demás individuos, simpatizantes de nuestro júbilo. Dos años transcurridos, y yo aún allí, por primera vez, aún allí. Finalmente notaba mi existencia, había encontrado mi espacio dentro del espacio mismo, dueño de una cosmovisión propia que no pretendía ser de interés global, mis imágenes, mis vivencias, mis oportunidades. No era uno de los que excusaba a Hitler; mi repudio ascendía a insultarlo en tres idiomas distintos y unos cuantos más aún no inventados, mi tolerancia frente a un estado filibustero de sueños era nula. Para los que piensan que recurrir siempre al mismo ejemplo Hitleriano va demacrando la intelectualidad del individuo pensante, les presento a Stalin, Mobutu, Trujillo, Pol Pot, entre otros. Puede ser que ellos, al igual que muñecas, se vendan por separado, pero una vez juntas, representen un belleza de carácter tan destructivo que por preferencia no imaginaré. Cuando el ser humano se encuentra imposibilitado de elevar su ingenio y ampliar sus perspectivas, tácitamente fijo miradas hacia el Estado, por a menudo ser él la causa de las injusticias y represiones generadas por el arcaico moldeo mental. Para ese entonces, mi incertidumbre existencial había sucumbido frente a ese fluir concreto, poseía un rostro, una conciencia, una razón, un todo. Bailaba entre sueños y soñaba entre bailes, alimentándome a pequeños bocados, no deseaba atragantarme ni tampoco sentir ausencia, sino asegurar que mi boca jamás perdería un sabor, una instancia, nutriéndose de sabiduría infinita.

Ya conocedores de diversas culturas y doctrinas, comenzamos a adentrarnos minuciosamente en la totalidad del globo. Emprendimos la búsqueda de nuestra propia satisfacción que prontamente hallamos en el movimiento antiglobalización (en realidad fue idea de él, pero lo relevante no es ni el movimiento ni su decisión, sino el peso que trajo consigo). Es así como comenzamos, dos jóvenes activistas, a hacernos notar, formar parte de protestas (algunas mejor fundamentadas que otras), buscando que nuestra voz también fuera escuchada; de una u otra forma, nos hacía sentir más vivos. Irónico, nos hacía sentir más vivos, nos hacía sentir más vivos, más y más vivos, más vivos…*

Veinte de julio del año dos mil uno, fecha que desayuné, almorcé y cené durante incontables vidas; suficientes para no olvidarla jamás. Desde nuestra rústica vivienda alistándonos para salir; los pantalones sabían más fríos que de costumbre y debía observarme cada cierto tiempo el pecho, para asegurarme de que algo me lo cubría, la crudeza del ambiente evocaba mis solitarios momentos amorosos, extraño. Al ver a Carlo que con euforia abría la puerta, no le di más vueltas al asunto y agitados por la emoción, echamos a correr en nombre de la libertad. Impávidos frente a un mar de ideas, alzábamos nuestros brazos al son de la multitud que ensanchaba su magnitud con nuestra llegada. Entre tal amalgama de vociferaciones y el unísono producto de nuestras pisadas, girábamos entrando a la nociva Via Caffa construida contiguamente a la Piazza Alimonda, nuestro destino. Finalmente estábamos allí, un ahogado canto de sirenas introduciéndose en nuestros sentidos condimentaba el cólera venidero, salpicándonos de pequeñas manchitas rojas en la plenitud de nuestros atuendos. Era la señal de los carabinieri. Ahora, presentes los últimos invitados, dimos comienzo a la esperada discusión intercambiando cortés y educadamente centenares de ideas, acompañadas de sus respectivos argumentos. Me asombraba la medievalidad de los pequeños soldados portadores de cascos y escudos, alzando sus innovadoras hondas fundamentadas por la autoprotección y la autoridad. Nosotros no le ofrecíamos importancia, ya que sabíamos que ninguno sobrepasaba al Quijote en locura, para llegar a gatillar alguna de ellas. Nos podéis encarcelar, Nos podéis torturar, Nos podéis asesinar, Pero nunca podréis callar la voz; coreábamos en un tono más altivo que agudo, provocando estrépito a lo largo de la bota y ciertos efectos secundarios como pavor en nuestros opositores. Entre tanto absurdo, vi a Carlo correr en dirección errada sosteniendo un algodón de azúcar entre los dedos, muy pegote, no se lo podría sacar jamás. Silencio. Después de un tercer y último silencio, marcha atrás y un crujir. La impertérrita muchedumbre se desvaneció; todos observaban atónitos el automóvil y lo que bajo él yacía. Carlo se encontraba nadando en aguas rojizas y su cuerpo aún bajo el caucho, ni se inmutaba del nuevo orificio a la altura de la sien. Mientras la estampida se empezaba a formar, escapé. No me atreví a presenciar un futuro desenlace, no después de esto. Entre lágrimas me aferraba a mi razón, pero era inútil. Mi vida se volvía a enlutar de una antigua soledad.

Una vez aislado y dentro de mi hogar, impulsado por la inercia comencé a reunir y empacar mis cosas, mi cuerpo hablaba por sí sólo, y mi mente…

Su muerte no representó solamente una pérdida sino también un origen, el origen del odio. Ciegamente creía en la extinción de la tiranía. Las marionetas continúan siendo fieles y mientras su existencia persevere, también sus amos. ¿Por qué no pueden comportarse auténticamente y forjar una propia opinión? Una autenticidad que los respalde y represente en cuerpo y alma, un tipo de transparencia absoluta. Los odio por no ser capaces de romper la burbuja, por sucumbir frente a sus miedos, por llorar con desgana. Llámenme misántropo; lo estoy pidiendo a gritos. ¡No! Algo anda mal, no todos deben ser así. La bondad, la tolerancia, ¿Son sólo fábulas? Silencio, sólo pido silencio. Tal vez sólo fue un error, sí un error, persona equivocada en el momento equivocado. Debo evitar este círculo, viajar a uno dónde yo aún no exista, dónde todos sean distintos, capaces de escuchar…

Al término de la oración pisaba tierra chilena, posiblemente un suelo totalmente distinto al conocido (al menos eso esperaba). Mientras presenciaba la lluvia de colores que descendía por los cerros, decidí ir a conocer el puerto, las playas, los parques, cualquier cosa que requiriera la más mínima gota de razón. Necesitaba descansar durante al menos un año. Por primera vez anteponía la ignorancia, e inocentemente me largaba a reír como niño una vez más. Mi lugar favorito se convirtió en un gigantesco reloj de flores; brillante muestra de la belleza que se alcanza con el tiempo. Como pasatiempo observaba incesantemente mis alrededores, a los humildes residentes, el despreocupado ambiente y sólo a veces, prefería transformar al observador en un oyente. ¡Si sólo me hubiese limitado al trabajo de espectador! Días más tarde finalmente había caído la noche (me extrañaba que no hubiese sucedido antes) y emprendí rumbo a mi hogar; diez cuadras restantes, pasos, cinco cuadras restantes, paso, tres cuadras restantes, silencio, aún faltaban diez cuadras. Mientras pensaba en que había sucedido, un susurro se escucha a lo lejos: “Abre los ojos, hay más pensantes como él, siempre los habrá”. Cada paso siguiente se sentía más vacío y helado que el anterior, ya no podía continuar así. Erré al permitir aflorar la idealización. Hubo un segundo donde mi pena fue sutil pero ahora percibo que de tanto esconderla, es honda. Conocía las atrocidades que habían sido cometidas, violación de derechos humanos, matanzas, extorsión de sueños y almas perdidas, injusticia frente a individuos pensantes, aquí, en Italia, Carlo hay en todas partes…

Los odio por no ser capaces de romper la burbuja, por sucumbir frente a sus miedos, por llorar con desgana. Agradezco que fundamentos me sobren. Llámenme misántropo; lo estoy pidiendo a gritos. ¿Por qué en climas tan distintos, los insectos siguen un mismo patrón? Gobernados por sólo un opresor, una gran masa se cohíbe. ¿Será esto matemáticamente posible? Molesto por la ausencia de valor simbolizado en los héroes y la existencia de entes que se aterrorizan con la muerte de sus modelos a seguir. La escoria mal pensante que convierte las virtudes de sus ídolos, en un solitario: “No deseo mi muerte, me adecuaré al pensamiento mayoritario”. ¿Clásicas Antigüedades donde se han metido? Todo apunta a una corrupta sociedad, un túnel más oscuro que el acostumbrado. Desde esta celda, al menos una vez por semana, se escucha un grito silencioso a través de un altavoz inexistente, maldiciendo los actuales medios de comunicación y lo que han hecho con nuestra sociedad. Es impresionante como día a día millones de “supuestos individuos”, se contagian fácilmente por la modernizada caja llamada televisión. El mundo se aprovecha de las mentes recién horneadas, e intenta incorporarlas a su ganado lo más rápido posible; empezando una especie de carrera armamentista, pero apuntando a la razón. Me produce asco ver a la juventud con la última moda, cortes de pelo, zapatillas de marca, intentando lucir como su cantante favorito; ejército de zombies que discriminan sin pudor a quiénes no son como ellos. Cada vez más y más casos. Injusto homicidio cometido a malaventurados pensantes, racismo, intolerancia, todo producto de la propia inseguridad del ser humano. Por favor, déjenme salir, déjenme pensar, quiero llegar más allá, ¡No soy un animal en cautiverio! ¿De qué sirve habitar en un cuarto de infinitas puertas, si sólo existe una a la que no han puesto llave?

¡Detesto a la humanidad de hoy en día! Y lo que más me irrita y perturba de todo esto, es que a pesar de esta continua repulsión, profundo odio e incondicional desamor, es que sin esta demacrada sociedad, me es imposible existir... ¿No puede resultar esto más paradójico? Del mismo modo que una pesadilla día y noche me atormenta, lo hace el tener este conocimiento. Sin ellos me es imposible notar quién soy, mi autenticidad; ellos el espejo y yo el vano reflejo. ¿De qué ha servido todo esto? Si finalmente gracias a ellos estoy existiendo. Los constantes roces, conversaciones, amistades, amores; todo aquello me hace sentir más vivo y saber que no soy como ellos. Siento la desesperación fluir por mis venas y temo que no parará jamás. ¿Habré sido tácitamente uno más? Esto va más allá de mi razón. ¡Explíquenme por favor! Calma, no hay porque apresurarse. Quiero seguir viviendo, al menos unos años más. Pero, de todas formas, necesito una respuesta…
Maximiano Silva A.
IV° Medio C, 2009



Quisiera explicar algunos temas puntuales que posiblemente pueden haber sido malentendidos. Primero, deseo aclarar que la utilización de términos italianos a lo largo del ensayo, son únicamente un recurso literario para ambientar al lector acorde al espacio de donde es llevada a cabo la narración. Segundo, al mencionar todo lo relacionado con la misantropía busco aludir a una mezcla entre mi pensar y el del personaje, intentando más que nada enfatizar la paradoja (explicada también en el epígrafe) que dicta que, a pesar del repudio que le podamos tener a la sociedad la necesitamos incondicionalmente. Tercero, en caso de no haber sido conciso, las últimas líneas hablan sobre que aún no me siento preparado para entregar una respuesta, ya que imagino que espontáneamente aflorará a través del tiempo y la experiencia; no hay razón para apresurarse.

No hay comentarios: