lunes, 24 de marzo de 2008

El Teocentrismo en la Literatura y Filosofía del Medioevo,

El Teocentrismo en la Literatura y Filosofía del Medioevo,
el factor determinante

En la literatura medieval, período de la historia universal que se extiende por mil años aproximadamente, desde el siglo V d.C., hasta el siglo XV d.C., el vínculo de la filosofía y la literatura fue Dios. Algunos de los textos literarios, como “El Cid” y “Los Siete Infantes de Lara”, fueron vistos desde un punto de vista Teocéntrico, al que los filósofos de la época recurrían. Dios, fue el que mediante la iglesia fue difundido, en un principio de forma oral y luego de manera escrita. Puesto que la forma de alcanzar la fama en la Edad Media era quedar plasmado en papel, fue que la literatura logró su expansión a tal punto, que hoy se recuerda a Jorge Manrique y a su padre. Al entender que la literatura fue una forma de dar fama, o de divulgarse, queda expuesto un camino para los filósofos medievales, para mediante ésta, llegar a difundir el mensaje de Dios. Para comprender cómo la verdad enseñada por la iglesia y la bondad de Dios fueron quedando hasta el día de hoy, se debe hacer un análisis, entre alguna de las principales obras literarias y filosóficas.

Para comenzar, a grandes rasgos la verdad es encontrada en la literatura como la guerra santa o la lucha contra los moros. Filosóficamente está en Dios, punto principal de conexión entre filosofía y literatura. Para el hombre, la verdad está en la fe, la fe que se tiene en Dios, cuando en “Los siete Infantes de Lara”, los siete hijos de Gonzalo Gustios pelean contra ejércitos de moros por su fe. Ésto queda explícitamente dicho en: “Murieron allí más de mil moros; de los cristianos no quedaron más que los siete infantes. Cuando éstos, vieron que no había más que vencer o morir, encomendáronse a Dios y al Apóstol Santiago, arremetieron contra los moros con tanto ímpetu, que mataron a muchos e infundieron temor a todos los demás…” (Los Siete Infantes de Lara, Anónimo, pág. 11). Aquí queda demostrado que los siete infantes pelearon con fe, y encomendándose a Dios, que desde el punto de vista filosófico, es la única verdad. La verdad, se encuentra en el alma, y mediante el alma, se llega a Dios, siendo ésta la que contiene las únicas verdades que podría llegar a comprender el ser humano. Pero, según la filosofía medieval, la razón y la fe, debían ir juntas para encontrar verdades. Esto queda explícito en: “La Teología como Ciencia <>. La zona de confluencia entre la razón y la fe permite que la teología utilice los principios de la filosofía, no por que lo necesite, si no para explicar mejor lo que en ella se enseña”. (La Filosofía Medieval, pág.146). Aquí se unen la literatura y la filosofía, porque en un gesto tan simple como encomendarse a un santo, que refleja la fe, que sumado a la razón llegan a una verdad concreta. Desde el punto de vista de la literatura, la verdad fue una de las bases de los relatos de la época, por que al buscar la verdad en Dios, se requería acercarse a éste en vida, como se plantea en la filosofía, para llegar en el mundo eterno a la verdad. Esto se puede explicar viendo que “El Cid” y “Los siete Infantes de Lara” luchaban contra los moros para que su “alma racional que se sirve de un cuerpo mortal” (Agustín de Hipona, pág. 116) llegue a la verdad absoluta o racional por medio de la fe en Dios.

En el ya mencionado texto ”Poema de Mío Cid” se ve representado una de las características mas usadas en los textos literarios y filosóficos, que hablan de la bondad del Cid, o de la bondad de Dios, la cual puede ser terrenal, o representar el perdón para acceder al cielo, o perdón de los pecados. Un ejemplo claro es el de “El Niño Judío”, en “Los Milagros de Nuestra Señora” de Gonzalo Berceo. Trata de un niño judío, que después de ir a misa, llega a su casa y su padre lo trata de quemar, “Pero el fuego, aunque bravo, fue favorable al niño. No le hizo el menor daño. Lo trató con benignidad. Salió, el pequeño, muy gentil de la hoguera. Hizo un gran milagro el Rey omnipotente”(Los Milagros de Nuestra Señora, pág.11, Gonzalo de Berceo). Ahí queda demostrado que el Dios castigador y omnipotente puede ser bondadoso y perdonar al hereje. Volviendo a la bondad expuesta en el “Mío Cid”, el Cid, luego de que este se da cuenta de que los Infantes de Carrión solo estaban engañando a sus hijas y que estos son solo malos caballeros los desafía a duelo, luego de ser vencidos el les perdona la vida mostrando misericordia y bondad. “¡Por Dios, no lo matéis! Vencido está la lid; ¡se acabó! Y los jueces dijeron: -Lo hemos oído. El buen Rey Alfonso mandó a despejar el campo; el tomo para si las armas que allí quedaron. Con honor parten las del buen Campeador”. ( Poema del Mío Cid, pág. 109-110, Anónimo).Aquí se demuestra que el Cid es bondadoso, ya que al entrar para demostrar que quería recuperar la honra de sus hijos, debería haber matado a los infantes de Carrión, pero los dejó vivir. Además existen grandes ofrendas del Cid, como cuando le manda a su rey cien caballos ensillados y con frenos. Esto también es filosóficamente bueno, ya que la vida terrena, según la iglesia es para dar, ya que los bienes materiales no sirven de nada, puesto a que la muerte iguala a todos. Se explica en el “Coplas a la Muerte de su Padre”. En la filosofía, la bondad sólo puede ser encontrada con la verdad que está en Dios, “la búsqueda va del exterior a lo interior; en ella se realiza el descubrimiento de verdades, reglas o razones eternas” (San Agustín de Hipona, pág. 114). Aquí se explica que la verdad sirve para encontrar la bondad, ya que lo verdadero es bueno, y lo bueno es buscado siendo esto más fácil de encontrar que lo malo.

En conclusión, las obras como “El Cid” y “Los Siete Infantes de Lara” se guían a grandes rasgos por la verdad y la bondad, ya que ser bueno conlleva a ser verdadero porque los textos hablan sobre la lucha por una fe que simboliza la búsqueda de lo verdadero, que es Dios. Además, para ser en vida bueno, se debe perdonar, cosa que queda clara con el ejemplo ya dado de “El Cid”. Lo cual demuestra que la filosofía en los textos de San Agustín de Hipona y los textos literarios se relacionan por la búsqueda de Dios y la salvación o el perdón.


Raimundo Sarmiento Iº C,
26/09/2007

lunes, 3 de marzo de 2008

CANTA, OH MUSA...

Mayo del 2007
Compacto Cultural Integrado de Literatura II medio

“Canta, oh Musa, la cólera del Pélida Aquiles...” Sí, Musa, sí, que se vuelva a escuchar tu hermosa voz. Que los ya olvidados pasos de Aquiles vuelvan a perturbar la quietud de este mundo. Pero no sólo dirijas tu mirada a antaño, sino que tu melodía deje pasar la cólera de Arauco y el cantar de los pastores.

¡Collige Virgo Rosas! Sí, Musa, en este tiempo volvemos a recordar toda aquella sensualidad prohibida que encierra tu género femenino. Es en ella en quien nuestra mirada de hombres se centra. Sí, en esta época los ojos del hombre cambian su rumbo. Con tanto mirar hacia arriba al hombre le ha llegado a doler el cuello. Ahora en cambio, nos enfocamos en nosotros, en nuestras capacidades y virtudes que Dios nos ha permitido tener.

Alonso de Ercilla, Garcilaso de la Vega y tantos otros, bien saben qué somos, qué nos gusta, hasta tal punto que llegan a idealizar a quienes nosotros nos hemos fijado. El gran Caupolicán, imagen fiel de Aquiles, es ese tipo de hombre ideal que racionalmente buscamos para lograr un bien común. Garcilaso de la Vega nos recuerda nuestras pasiones por la mujer, hasta llegar a idealizarla. Gracias a este arte de escribir, a esta pasión que nos mueve a cantarte estas líneas, oh Musa, hemos logrado ver en nosotros –el hombre renacentista – una semejanza o más bien un renacer de algo que ha estado guardado por más de mil años: la cultura clásica. Además no hemos podido evitar encontrar un parecido en nuestro antropocentrismo racional e idealizado – que escrito está en muchas obras literarias – con las artes y música de este tiempo. Oh Musa, no despreciéis el don, aunque tan pobre, para que autoridad mi escrito cobre.

La mujer, criatura que tantas pasiones en nosotros despierta, ha sido y será siempre motivo principal para dedicarle y cantarle miles y miles de versos y escritos. Y es que el hombre dejó de pensar en Dios, ahora nos centramos en nosotros y en cuánto nos rodea; creando modelos ideales de cuanto nos apasiona. Así es, Musa de nuestro cantar. Ustedes no son sólo parte de nuestra vida, sino que son motivo para soñar. Ya no es únicamente Dios quien acapara todos nuestros sueños y ensueños, ni es tampoco nuestra única pasión.

“Y en tanto que’l cabello que’n la vena del oro’s escogió con vuelo presto por el hermoso cuello blanco...” (Soneto XXIII, Garcilaso de la Vega). Estas líneas demuestran cómo la literatura crea un modelo idealizado, que si bien en la cita se centra en lo físico, no deja de tener relevancia para el ideal que se quiere crear. ¿Ves Musa? Nos centramos en quienes nos rodean para crear un prototipo único y perfecto. ¡Oh Musa de nuestros sueños! ¿Qué sería de Héctor sin su Troya? Asimismo, ¿qué sería de una mujer perfecta si no tuviera un espacio tal? Y es que la literatura también crea un espacio ideal y bello que acompaña a este modelo de mujer que nosotros anhelamos ¿Locus amenus? ¡Sí Musa! Y bien loco queda uno con tanta belleza imposible de tener, irreal, que nosotros nos hemos preocupado en crearla, como referente de nuestras inalcanzables utopías.

“...él, con canto acordado al rumor que sonaba, del agua que pasaba, se quejaba tan dulce y blandamente como si no estuviera de allí ausente la que de su dolor culpa tenía...” (Salicio y Nemoroso, Égloga I, Garcilaso de la Vega) Oh Musa, el espacio no solo es puro y bello, sino que acompaña al hombre en sus sentimientos e ímpetus. ¿O no es el “Nacimiento de Venus” una obra que retrata el mundo ideal tan delirado por nosotros? Y bien hizo Boticelli en llamar así la obra, ya que meramente no nace Venus, sino que con ella tantas olvidadas pasiones que se reflejan en su sensualidad. Mas el espacio acompañado de tanto verdor, despierta en nuestra alma un espíritu de goce y deseo de hallarse allá.

Vuelven a sonar en nuestros oídos la astucia de Ulises, la furia de Héctor y la venganza de Aquiles. Musa nuestra, que tantas veces cantaste aquellas aventuras, ahora ves que la literatura nos ha puesto a estos personajes para que sean semejantes de cada uno de nosotros. Es decir crea racionalmente figuras prototipo para que nosotros los humanos nos podamos guiar en nuestro camino. ¿Quién hubiese sabido de las lágrimas de Arauco y del bravo de Caupolicán, si Alonso de Ercilla no escribiere de ello? ¿Qué ejemplo de guerrero, templanza, sabiduría y astucia hubiésemos tenido? Musa, siempre Musa, aquellos ejemplos logran crear entre nosotros gran desconcierto por tan espectaculares relatos que hasta incita a seguirlos y respetarlos.

“...Creció en reputación, fue tan temido y en opinión tan grande le tuvieron, que ausentes muchas lenguas del temblaban, y casi como rey le respetaban...” (Pág. 20, La Araucana, Alonso de Ercilla). Estas palabras que aluden al gran Caupolicán, son un espejo de cuánto hemos dicho, oh Musa de las letras. Estos son los modelos que la literatura en cada obra constriñe para nosotros. Y es tanta la admiración que se llega a comparar con reyes y príncipes, como se ve en el texto citado. ¡Oh Musa! Nuestra admiración por la música no deja de fascinar nuestras almas y es que con el mismo fin que las letras, la Iglesia se ha preocupado de crear modelos musicales que guíen nuestros ánimos. Ha hecho una búsqueda racional y ha establecido tipos de música únicos, como es la polifonía.

Oh Musa, son estas líneas las que te hemos dedicado para que oigamos nuevamente tu voz, para que vuelvas a cantar aquellas aventuras olvidadas. Recuerda que la literatura crea ejemplos a seguir como son Caupolicán y varios más, con un racionamiento detrás, para poder guiar nuestros pensamientos y nuestra vida hacia algo mejor. También recuerda que la mujer – en la literatura – es un modelo ideal que el hombre la centra para despertar en el tantas pasiones. Musa: no dejes de cantar porque como ves, tan importante para nosotros es.
El Hombre Renacentista.

Francisco Salles