martes, 22 de diciembre de 2009

Solamente por Pensar

“Y en ese instante sé lo que soy porque estoy exactamente sabiendo lo que no soy.”
Julio Cortázar, Rayuela

Ya van tres, quizás dos, o diez, seguramente más años que los que mi mente puede contar y recordar. De lo que sí estoy seguro, es del por qué de mi estadía aquí; las cuatro paredes, este frío suelo acogedor. Por las noches, especialmente esas en las que me es imposible conciliar el sueño, prefiero entrecerrar los ojos en vez de cerrarlos por completo, porque sólo en ese instante de difusa oscuridad, pareciera que los barrotes lejos se han ido, y lejos mi alma, y lejos mi vida, pero yo aún inmerso en la difusa oscuridad. La experiencia me ayuda a pensar. Y así junto a mis cuatro paredes y este cada vez más acogedor suelo frío, recuerdo mis despreocupados días de imberbe en la desdeñosa (para algunos como yo) y magnánima Italia.

Me encontraba viviendo (más bien sobreviviendo) solo y a mi suerte en Génova. Aún continúo digiriendo el cómo llegué allí, sería más fácil explicar con certeza el origen de algún universo que mi aparición por dicha urbe de contrastes. Arrastrándome por las estrechas calles me alimentaba de suspiros y limosnas, mí día a día no presentaba mayores complicaciones y la monotonía se apegaba a mi cuello ahorcándome sutilmente, en caso de notar algún soplo de estupidez. No importaba si era Domingo o Lunes, Dienstag oder Freitag, los días continuarían siendo similares, mi mente continuaría siendo similar. Caía el ventoso invierno genovés bajo la inmensidad de la metrópoli y mi ánima aún no encontraba el rumbo extáticamente anhelado. Un día no menos importante que los anteriores, ya caída la noche, recosté mi cabeza sobre una banca que segundos más tarde sería acompañada por el resto de mi cuerpo, me disponía a soñar. Divisé los calurosos días de verano jamás vividos, la suave arena disminuida a jirones por niños construyendo fortalezas de arena, dulce melodía bruscamente interrumpida por el vacío palpando mis manos, hasta hoy era alguien solitario. Precisamente en ese instante fue cuando y donde tropecé con Carlo Giuliani, que para su joven edad, mostraba mayor seguridad ideológica que la presentada por muchos otros irrelevantes de nombre. Acto seguido al momento de despertarme, ha preguntado por mi nombre y vivienda y yo, un poco avergonzado sin saber qué responder, declaré la ausencia de domicilio e identidad. Emanaba bondadosas intenciones, o al menos eso aparentaba. Rodeándome la oscuridad, acepté su invitación y lo seguí sin palabra alguna hasta que arribamos a su hogar. Me creía a salvo sintiéndome inmerso en este lúgubre ambiente, tirano de sueños y pesadillas, posiblemente porque desde mi niñez que no dormía bajo techo; en fin, allí me encontraba y planeaba al menos abrigarme hasta la mañana siguiente. Despierto y una vez frente al desayuno, mi laconismo quedó opacado por sus innumerables preguntas que pretendían poner a prueba mi débil conocimiento, (sobre el cual no presento orgullo alguno, claro) y basándose en mis respuestas, concluyó que pertenecíamos al mismo tipo de personas, esas que a menudo intentan sobrepasar los límites impuestos por mayorías, algunos los llaman anarquistas, pero nosotros preferíamos el término de individuo. Frecuentábamos el parque llamado Villetta Di Negro, próximo al corazón de Genova, donde reuníamos nuestras utópicas ideas dentro de pequeñas bolsitas, que paulatinamente íbamos vaciando y compartiendo con los demás individuos, simpatizantes de nuestro júbilo. Dos años transcurridos, y yo aún allí, por primera vez, aún allí. Finalmente notaba mi existencia, había encontrado mi espacio dentro del espacio mismo, dueño de una cosmovisión propia que no pretendía ser de interés global, mis imágenes, mis vivencias, mis oportunidades. No era uno de los que excusaba a Hitler; mi repudio ascendía a insultarlo en tres idiomas distintos y unos cuantos más aún no inventados, mi tolerancia frente a un estado filibustero de sueños era nula. Para los que piensan que recurrir siempre al mismo ejemplo Hitleriano va demacrando la intelectualidad del individuo pensante, les presento a Stalin, Mobutu, Trujillo, Pol Pot, entre otros. Puede ser que ellos, al igual que muñecas, se vendan por separado, pero una vez juntas, representen un belleza de carácter tan destructivo que por preferencia no imaginaré. Cuando el ser humano se encuentra imposibilitado de elevar su ingenio y ampliar sus perspectivas, tácitamente fijo miradas hacia el Estado, por a menudo ser él la causa de las injusticias y represiones generadas por el arcaico moldeo mental. Para ese entonces, mi incertidumbre existencial había sucumbido frente a ese fluir concreto, poseía un rostro, una conciencia, una razón, un todo. Bailaba entre sueños y soñaba entre bailes, alimentándome a pequeños bocados, no deseaba atragantarme ni tampoco sentir ausencia, sino asegurar que mi boca jamás perdería un sabor, una instancia, nutriéndose de sabiduría infinita.

Ya conocedores de diversas culturas y doctrinas, comenzamos a adentrarnos minuciosamente en la totalidad del globo. Emprendimos la búsqueda de nuestra propia satisfacción que prontamente hallamos en el movimiento antiglobalización (en realidad fue idea de él, pero lo relevante no es ni el movimiento ni su decisión, sino el peso que trajo consigo). Es así como comenzamos, dos jóvenes activistas, a hacernos notar, formar parte de protestas (algunas mejor fundamentadas que otras), buscando que nuestra voz también fuera escuchada; de una u otra forma, nos hacía sentir más vivos. Irónico, nos hacía sentir más vivos, nos hacía sentir más vivos, más y más vivos, más vivos…*

Veinte de julio del año dos mil uno, fecha que desayuné, almorcé y cené durante incontables vidas; suficientes para no olvidarla jamás. Desde nuestra rústica vivienda alistándonos para salir; los pantalones sabían más fríos que de costumbre y debía observarme cada cierto tiempo el pecho, para asegurarme de que algo me lo cubría, la crudeza del ambiente evocaba mis solitarios momentos amorosos, extraño. Al ver a Carlo que con euforia abría la puerta, no le di más vueltas al asunto y agitados por la emoción, echamos a correr en nombre de la libertad. Impávidos frente a un mar de ideas, alzábamos nuestros brazos al son de la multitud que ensanchaba su magnitud con nuestra llegada. Entre tal amalgama de vociferaciones y el unísono producto de nuestras pisadas, girábamos entrando a la nociva Via Caffa construida contiguamente a la Piazza Alimonda, nuestro destino. Finalmente estábamos allí, un ahogado canto de sirenas introduciéndose en nuestros sentidos condimentaba el cólera venidero, salpicándonos de pequeñas manchitas rojas en la plenitud de nuestros atuendos. Era la señal de los carabinieri. Ahora, presentes los últimos invitados, dimos comienzo a la esperada discusión intercambiando cortés y educadamente centenares de ideas, acompañadas de sus respectivos argumentos. Me asombraba la medievalidad de los pequeños soldados portadores de cascos y escudos, alzando sus innovadoras hondas fundamentadas por la autoprotección y la autoridad. Nosotros no le ofrecíamos importancia, ya que sabíamos que ninguno sobrepasaba al Quijote en locura, para llegar a gatillar alguna de ellas. Nos podéis encarcelar, Nos podéis torturar, Nos podéis asesinar, Pero nunca podréis callar la voz; coreábamos en un tono más altivo que agudo, provocando estrépito a lo largo de la bota y ciertos efectos secundarios como pavor en nuestros opositores. Entre tanto absurdo, vi a Carlo correr en dirección errada sosteniendo un algodón de azúcar entre los dedos, muy pegote, no se lo podría sacar jamás. Silencio. Después de un tercer y último silencio, marcha atrás y un crujir. La impertérrita muchedumbre se desvaneció; todos observaban atónitos el automóvil y lo que bajo él yacía. Carlo se encontraba nadando en aguas rojizas y su cuerpo aún bajo el caucho, ni se inmutaba del nuevo orificio a la altura de la sien. Mientras la estampida se empezaba a formar, escapé. No me atreví a presenciar un futuro desenlace, no después de esto. Entre lágrimas me aferraba a mi razón, pero era inútil. Mi vida se volvía a enlutar de una antigua soledad.

Una vez aislado y dentro de mi hogar, impulsado por la inercia comencé a reunir y empacar mis cosas, mi cuerpo hablaba por sí sólo, y mi mente…

Su muerte no representó solamente una pérdida sino también un origen, el origen del odio. Ciegamente creía en la extinción de la tiranía. Las marionetas continúan siendo fieles y mientras su existencia persevere, también sus amos. ¿Por qué no pueden comportarse auténticamente y forjar una propia opinión? Una autenticidad que los respalde y represente en cuerpo y alma, un tipo de transparencia absoluta. Los odio por no ser capaces de romper la burbuja, por sucumbir frente a sus miedos, por llorar con desgana. Llámenme misántropo; lo estoy pidiendo a gritos. ¡No! Algo anda mal, no todos deben ser así. La bondad, la tolerancia, ¿Son sólo fábulas? Silencio, sólo pido silencio. Tal vez sólo fue un error, sí un error, persona equivocada en el momento equivocado. Debo evitar este círculo, viajar a uno dónde yo aún no exista, dónde todos sean distintos, capaces de escuchar…

Al término de la oración pisaba tierra chilena, posiblemente un suelo totalmente distinto al conocido (al menos eso esperaba). Mientras presenciaba la lluvia de colores que descendía por los cerros, decidí ir a conocer el puerto, las playas, los parques, cualquier cosa que requiriera la más mínima gota de razón. Necesitaba descansar durante al menos un año. Por primera vez anteponía la ignorancia, e inocentemente me largaba a reír como niño una vez más. Mi lugar favorito se convirtió en un gigantesco reloj de flores; brillante muestra de la belleza que se alcanza con el tiempo. Como pasatiempo observaba incesantemente mis alrededores, a los humildes residentes, el despreocupado ambiente y sólo a veces, prefería transformar al observador en un oyente. ¡Si sólo me hubiese limitado al trabajo de espectador! Días más tarde finalmente había caído la noche (me extrañaba que no hubiese sucedido antes) y emprendí rumbo a mi hogar; diez cuadras restantes, pasos, cinco cuadras restantes, paso, tres cuadras restantes, silencio, aún faltaban diez cuadras. Mientras pensaba en que había sucedido, un susurro se escucha a lo lejos: “Abre los ojos, hay más pensantes como él, siempre los habrá”. Cada paso siguiente se sentía más vacío y helado que el anterior, ya no podía continuar así. Erré al permitir aflorar la idealización. Hubo un segundo donde mi pena fue sutil pero ahora percibo que de tanto esconderla, es honda. Conocía las atrocidades que habían sido cometidas, violación de derechos humanos, matanzas, extorsión de sueños y almas perdidas, injusticia frente a individuos pensantes, aquí, en Italia, Carlo hay en todas partes…

Los odio por no ser capaces de romper la burbuja, por sucumbir frente a sus miedos, por llorar con desgana. Agradezco que fundamentos me sobren. Llámenme misántropo; lo estoy pidiendo a gritos. ¿Por qué en climas tan distintos, los insectos siguen un mismo patrón? Gobernados por sólo un opresor, una gran masa se cohíbe. ¿Será esto matemáticamente posible? Molesto por la ausencia de valor simbolizado en los héroes y la existencia de entes que se aterrorizan con la muerte de sus modelos a seguir. La escoria mal pensante que convierte las virtudes de sus ídolos, en un solitario: “No deseo mi muerte, me adecuaré al pensamiento mayoritario”. ¿Clásicas Antigüedades donde se han metido? Todo apunta a una corrupta sociedad, un túnel más oscuro que el acostumbrado. Desde esta celda, al menos una vez por semana, se escucha un grito silencioso a través de un altavoz inexistente, maldiciendo los actuales medios de comunicación y lo que han hecho con nuestra sociedad. Es impresionante como día a día millones de “supuestos individuos”, se contagian fácilmente por la modernizada caja llamada televisión. El mundo se aprovecha de las mentes recién horneadas, e intenta incorporarlas a su ganado lo más rápido posible; empezando una especie de carrera armamentista, pero apuntando a la razón. Me produce asco ver a la juventud con la última moda, cortes de pelo, zapatillas de marca, intentando lucir como su cantante favorito; ejército de zombies que discriminan sin pudor a quiénes no son como ellos. Cada vez más y más casos. Injusto homicidio cometido a malaventurados pensantes, racismo, intolerancia, todo producto de la propia inseguridad del ser humano. Por favor, déjenme salir, déjenme pensar, quiero llegar más allá, ¡No soy un animal en cautiverio! ¿De qué sirve habitar en un cuarto de infinitas puertas, si sólo existe una a la que no han puesto llave?

¡Detesto a la humanidad de hoy en día! Y lo que más me irrita y perturba de todo esto, es que a pesar de esta continua repulsión, profundo odio e incondicional desamor, es que sin esta demacrada sociedad, me es imposible existir... ¿No puede resultar esto más paradójico? Del mismo modo que una pesadilla día y noche me atormenta, lo hace el tener este conocimiento. Sin ellos me es imposible notar quién soy, mi autenticidad; ellos el espejo y yo el vano reflejo. ¿De qué ha servido todo esto? Si finalmente gracias a ellos estoy existiendo. Los constantes roces, conversaciones, amistades, amores; todo aquello me hace sentir más vivo y saber que no soy como ellos. Siento la desesperación fluir por mis venas y temo que no parará jamás. ¿Habré sido tácitamente uno más? Esto va más allá de mi razón. ¡Explíquenme por favor! Calma, no hay porque apresurarse. Quiero seguir viviendo, al menos unos años más. Pero, de todas formas, necesito una respuesta…
Maximiano Silva A.
IV° Medio C, 2009



Quisiera explicar algunos temas puntuales que posiblemente pueden haber sido malentendidos. Primero, deseo aclarar que la utilización de términos italianos a lo largo del ensayo, son únicamente un recurso literario para ambientar al lector acorde al espacio de donde es llevada a cabo la narración. Segundo, al mencionar todo lo relacionado con la misantropía busco aludir a una mezcla entre mi pensar y el del personaje, intentando más que nada enfatizar la paradoja (explicada también en el epígrafe) que dicta que, a pesar del repudio que le podamos tener a la sociedad la necesitamos incondicionalmente. Tercero, en caso de no haber sido conciso, las últimas líneas hablan sobre que aún no me siento preparado para entregar una respuesta, ya que imagino que espontáneamente aflorará a través del tiempo y la experiencia; no hay razón para apresurarse.

sábado, 5 de diciembre de 2009

He estado pensando hoy…

"Denme la libertad para saber, pensar, creer y actuar libremente de acuerdo con la conciencia, sobre todas las demás libertades." (Rosa Díez)



Querida Martina:

Espero que aun después de tantos años me recuerdes. Sé que hace mucho que no escribo, ni sabes de mí, es por esto que he querido actualizarte en el pasado. No sé si creo que hayas podido encontrar una solución, pero definitivamente lo deseo, ya que yo sigo varada en el mismo sitio desde entonces. Sé que no suena muy halagador para mí, pero es verdad.

¿Recuerdas aquellos tiempos en los que investigábamos e intercambiábamos nuestros pensamientos? Todas las dudas y certezas que se creaban o desaparecían… yo recuerdo como si fuese ayer cuando nos estábamos conociendo, determinando nuestras creencias y opiniones, decidiendo quién ser como persona, observando al resto y evaluando ventajas y desventajas de ser como somos. No fue fácil. Aprender de nuestros errores y de los de los demás. Conocerse conociendo a otros, descubrir nuestros pensamientos a partir de las conversaciones con los demás, y de sus propias opiniones. ¿Qué es lo mejor para nosotras? ¿Seguir un orden o ser libres? Y ¿hasta qué punto? No queríamos parecer unas viejas anticuadas del año de la cocoa, pero tampoco ser unas minas cualquiera, que hacen lo que se les da la gana, porque se creen geniales; y al primer problema se derrumban o lo ignoran, ya que no saben qué hacer para solucionarlo. ¿Cómo encontrar el equilibrio entre la libertad y el orden?

El crecer no fue siempre entretenido, mientras mayor libertad nos daban, mayores eran las responsabilidades que debíamos afrontar. Es una variable proporcional. Convertirse en adulto implicaba dejar de ser niño, o por lo menos aprender a ser responsables de nuestros actos. Viéndolo así, no daban ganas de crecer siempre o ser grandes para todo, sólo para lo que nos convenía. Recuerdo perfectamente cuando discutía con mi mamá, porque me tocaba cocinar, lavar la ropa o hacer mi cama, y yo no quería, y ahí salía ella con el pero tú me dijiste que te quieres vivir sola cuando grande, entonces tienes que aprender a hacer las cosas de la casa ahora, porque yo no voy a hacer las cosas por ti siempre. La excusa perfecta. Y lo peor de todo es que yo sabía que tenía razón. Era tan frustrante. A mayor libertad, se necesita un mayor orden, es por esto que he descubierto que el equilibrio entre el orden y la libertad es la responsabilidad.

“Bendito sea el caos, porque es síntoma de libertad” (Ronald Reagan)

Mas es importante en todo tiempo y en todo lugar definir un poco las ideas, así después no incurrimos en problemas por mal interpretaciones. A ti Martina, que te gustaban tanto las ciencias, y espero que así siga siendo, la definición de equilibrio es la de fuerzas que se anulan entre sí y de esta manera forman un sistema estable, esto es, sin variaciones. Sin embargo, el anular cosas entre sí no resulta muy práctico en la vida humana. Nosotros más bien requerimos un equilibrio dinámico, que permite estabilidad, pero, al mismo tiempo, movilidad. Es como un auto o una bicicleta que no se vuelcan, permiten el traslado de manera segura y organizada. Así que, de lo que trata el equilibrio es de orden. Un control que permite guiar hacia un destino dado. Pero si es así, ¿significa que el orden y el control son la receta para la armonía y la felicidad humanas? Aquí es donde debemos recordar que el equilibrio dinámico se rige no por un poder centralizado, sino por el despliegue de fuerzas contrarestadas distribuidas horizontalmente sobre la sociedad. Por sí sólo, el énfasis excesivo en un único dictamen, desequilibra el deseo de orden colectivo con el deseo de la libertad individual.

"La libertad no es hacer lo que quiero, sino es poder decidir y hacer lo que es correcto." (George Washington)

En un estado o sociedad, el hombre no puede ser completamente libre, porque tiene que considerar a los demás. Tiene que someterse a ciertas normas externas. No podemos decir: "soy libre, voy a conducir mi auto por la pista contraria". Tenemos que actuar de acuerdo con una norma que exige conformidad general. Hay un armazón de orden en el propio individuo, dentro del cual hay caos y libertad. Nuestra libertad interior es la que nos permite comprender que debemos respetar y ser responsables, para poder ser felices y sentirnos plenos, lo que se expresa en nuestros pensamientos y sentimientos con respecto a las cosas y los demás. Esto lo podemos apreciar en la manera que tiene cada uno de enfrentarse a los problemas. Hay gente que se queda estancada, sin saber qué hacer y se echa a morir, otra lo ignora, lo cubre y procura olvidar, y algunos lo observan desde distintos puntos de vista, tratando de aprender lo más que se pueda de la situación. Esto depende tanto de la persona como de la cultura o ambiente en el que haya crecido, y es la primera instancia en la que perdemos libertad, por un proceso de respuesta mecánica inconciente a las cosas e influencias externas. Nuestras mentes se han ido organizando de acuerdo con el medio ambiente y las influencias que éste ejerce. Nosotras por ejemplo, somos chilenas y nuestros pensamientos van de acuerdo con las ideas de nuestra realidad, si fuésemos musulmanas, seríamos probablemente devotas musulmanas que juraríamos por el Corán, y así sucesivamente. Debemos reconocer que todos estamos influenciados, en mayor o menor medida. Nuestros cerebros operan bajo ciertas limitaciones, que tal vez no percibamos, pues estamos acostumbradas a ellas, y forman parte esencial de quienes somos.

"Las leyes no están para esclavizar sino para encauzar la libertad." (Fray Antonio de Guevara)

Es impresionantemente importante la necesidad de orden y la tendencia natural del hombre a buscarlo. Desde tiempos inmemoriales que se viene realizando esta búsqueda de un equilibrio entre el orden y la libertad, y no estoy segura de si alguna vez llegaremos a encontrarlo. Actualmente muchas personas comprenden por libertad la capacidad de hacer lo que se les dé la gana y luego no tener que responder por sus actos. Esto es libertad egoísta y no se relaciona con la libertad que el ser humano necesita para ser feliz, es mejor dicho un desorden, un desenfreno, que puede conducir a lo opuesto de lo que se busca. No sé si recuerdas, (yo sí) la típica idea del adolescente rebelde, en aquella difícil edad conocida como la edad del pavo especialmente, en la que la desobediencia era sinónimo de independencia y libertad, y muy por el contrario, es ocasiones esto puede llevar a la dependencia, de por ejemplo sustancias ilegales, que tienen la capacidad de atrapar y transformar al hombre en un animal sometido.

Por lo tanto, la libertad implica seguir un orden y ser responsable con nuestros actos, pues siendo libres dependemos únicamente de nuestros propios designios para sobrevivir en sociedad. Somos libres porque obedecemos, y obedecemos porque somos libres. Obediencia u orden no significan sumisión, no es hacer lo que otros digan sin reflexionar o perder la libertad. Es respetar y comprender que como seres sociales, necesitamos de reglas que no ayuden a mantener una cierta pauta de convivencia. Un orden natural, concensuado, que resulte aceptable y comprensible para todos; no impuesto, que es la palabra a la que generalmente se le asocia el concepto. Es por esto mismo que olvidan la relación nativa entre la libertad y el orden, que no son opuestos, sino que se sirven el uno del otro en necesario equilibrio. Son complementarios y no excluyentes. Cualquiera de las dos en exceso reduce y extingue a la otra.

"La libertad no es ociosidad, es un empleo libre del tiempo, es la elección del trabajo y del ejercicio; ser libre, en una palabra, no es no hacer nada: es ser el único árbitro de lo que se hace o de lo que no se hace.” (Mijaíl Bakunin)

La libertad no precede al deber, sino que es una consecuencia de él. Debemos creernos libres, porque de no ser así, no se explicaría la conciencia del deber. El orden que aparentemente es algo opuesto a la libertad, es necesario en la vida. Donde no hay orden, hay anarquía. En un estado de anarquía o desorden, el fuerte domina al débil, de modo que la libertad que se puede disfrutar al principio, termina rápidamente.

¿Cómo comprender nuestra realidad si no conocemos nuestros orígenes?

Actualmente mucha gente no se da cuenta de las oportunidades y beneficios que nuestros antepasados nos han heredado con tanta sangre y esfuerzo, no comprenden el verdadero valor o significado de la palabra libertad, pues en nuestra realidad, Chile, son muy pocos los que se ven privados de ella por la sociedad, más bien no buscamos la libertad donde deberíamos y es por eso que nos podemos sentir oprimidos y subordinados frente al poder y al orden, y tendemos a descarriarnos y desordenarnos buscando en lugares y de formas que no la vamos a encontrar, más que aparentemente. Es necesario informarnos y comprender nuestra realidad mirando el pasado, pues así también es cómo evitamos cometer los mismos errores de antaño, y logramos valorar nuestra situación y las oportunidades que hoy en día poseemos, guiándonos hacia un progreso indefinido.

El equilibrio entre el orden y la libertad lo encontramos en la responsabilidad. Y este equilibrio no es más que la combinación de todas las fuerzas que logra un balance. El orden surge de un ambiente saludable que funda y combina fuerzas diversas que se contrarrestan. Cuando una fuerza, por benigna que parezca, inclina la balanza hacia un extremo, la caída es inevitable. Por lo que, si ha de existir una estructura, debe ser una que proteja la existencia de todas las fuerzas (que a su vez, es la existencia del equilibrio), y no una que privilegie una fuerza particular. Y estas fuerzas diversas, de orden y libertad, tienen por común denominador la responsabilidad.
“El hombre nace libre, responsable y sin excusas.” (Jean Paul Sartre).

Es esto en lo que yo he quedado, no sé si existirá una mejor solución para mi pregunta, y si la hay, espero que la hayas podido encontrar e incorporado a tu vida.
Deseándote siempre lo mejor, me despido cariñosamente,

Tu pasado
Martina Barends IV° C 2009

martes, 10 de noviembre de 2009

Alter Ego

“Sé sincero siempre, ten en paz tu corazón y no hagas caso, que si fueses sincero y de corazón apaciguado, es que la contradicción está en sus cabezas y no en ti.”
Miguel de Unamuno


-Así que aún no logras quedarte dormido, ¿no? –dice una mitad del joven llamado Daniel Galbañal. Lo dice con su peculiar manera de hablar, arrastrando las palabras una tras otra. Como cuando te acabas de despertar de un profundo sueño y sientes los labios pesados y torpes.
La otra mitad asiente.
-¿Cuánto llevas despierto?
Responde tras confirmar innecesariamente la hora del reloj sobre la mesita a un costado de la cama.
-Toda la noche.
-¿No estás cansado? La mitad del joven Galbañal mira a su alrededor frunciendo levemente los labios con sarcasmo.
No responde. El sabe muy bien de qué cansancio se trata, claro. La otra mitad no sabe a qué vienen esas preguntas absurdas. Sólo se está burlando de él.
-Va, no deberías seguir pensando en esas tonterías –dice la mitad del joven Galbañal-. Tú no necesitas mostrarte a los demás. En lo absoluto. Para eso estoy yo, para encubrirte. Qué importa que la gente no te conozca o que nunca escuchen de esa poesía en tu mirada. En todo caso, no te aceptarían. Y con esta idea, de momento, saldrás adelante.
-De momento –repite sus palabras como si estuviera sopesándolas sobre la palma de la mano-. ¿Y después, lo pensarás en su momento también?
Asiente.
-¿Matarme, tal vez?
-Quizá –dice.
La otra mitad del joven Galbañal hace un gesto negativo con la cabeza.
-¿Sabes? Deberías saber un poco más de qué va el mundo. ¿Qué diablos quiere demostrar un muchacho de unos veinte años en un mundo ajeno, desconocido? Si ni siquiera es capaz de acabar con su propia lucha interna. ¿Quién va a tomarte en cuenta, tus amigos, tu familia?
Se puso un poco colorado.
En fin, no insisto –dice una cara del joven llamado Daniel Galbañal-.Tampoco sirve de nada que te pinte las cosas tan negras. Total ni siquiera han empezado. Tú ya has tomado una decisión. Ahora te falta llevarla a cabo. En cualquier caso se trata de tu vida. Básicamente, la única vía es lo que tú creas.
Exacto. En definitiva, es mi vida… o al menos un pedazo de ella.
Piensa una vez más en eso. Una parte de Galbañal lanza un suspiro y se presiona los párpados con las yemas de los dedos. Le habla con los ojos cerrados, desde el fondo de las tinieblas.
-Juguemos a lo de siempre –propone.
-De acuerdo –dice la otra mitad. El también cierra los ojos y, en silencio, respira.
-¿Listo? Imagínate una tormenta terrible, realmente terrible –dice-. Y olvida cualquier otra cosa.
Tal como le ha dicho, imagina una tormenta terrible, realmente terrible. Y olvida cualquier otra cosa. Incluso quién es. Se queda en blanco. Las cosas van aflorando enseguida. Y ambos se quedan compartiéndolas en medio de la noche sobre la cama del joven llamado Daniel Galbañal.

***

No es que le tenga profundo temor a los ascensores, ni mucho menos. La verdad me considero alguien corriente respecto a mis miedos. No podría calificarme como alguien que no se asusta ante nada pero tampoco creo padecer de esas obsesivas y compulsivas aversiones de ciertas personas. Simplemente me considero alguien normal: me levanto temprano, moribundo, veo televisión por las tardes y solo cuando me da sueño me acuesto a dormir la siesta. Aún así hoy me siento algo diferente.

Mientras sigo esperando a que la luz del botón que está a un costado mío, a la altura de mi hombro, se apague; comienzan a invadir en mi cabeza una serie de fugaces destellos del sueño que aquella noche me hicieron sentir que algo dentro de mí se mantuvo despierto mientras dormía. De pronto la luz por fin se apaga y le sigue el sonido metálico de las puertas haciéndose a un lado. No bastó mucho tiempo para que en seguida me empape una oleada de olores entre a encierro y a transpiración. Ese olor que se distingue de los demás por estar en lugares de angustiosa presencia humana. Pero ya era demasiado tarde, las puertas se habían cerrado y los números, para mí desgracia, lentamente comienzan a descender. Logro hacerme espacio entre la multitud y arrinconarme hacia una de las paredes del cuartucho, cosa de quedar con la vista en la misma dirección que mis compañeros. Compañeros en la rutina y en los bostezos. La conversación sería predecible: ese primer “buen día” fingido, indeseado hasta hipócrita sale de mi garganta como vómito de mis entrañas, pero nadie se da cuenta. Nadie nunca lo hacía. Luego vuelvo a mi centro, así como todos a mí alrededor, y cierro los ojos. El silencio rápidamente se apodera de la habitación, lo que me deja tiempo para pensar.

Me siento cansado de verdad, cansado de fingir, cansado de actuar a los demás para recibir en cambio la puta apreciación ajena. ¿A quién engaño? Pues a nadie más que a mí mismo. No tengo ganas de nada ni de nadie. Quiero estar solo. Alejarme de esta gente, escupirle en sus caras, romper estos vidrios, mirar hacia lo alto y escapar, escapar hacia lo alto y ser libre.

Un movimiento brusco me da la bienvenida al mundo nuevamente, alzo la vista y efectivamente me encontraba en la plataforma principal. Nadie se movía, todos esperaban a que alguien de entre todos nosotros se atreviera a dar el primer paso hacia fuera. Pero me empujan y yo los empujo. Como si de un rebaño de ovejas se tratara, unos más necesitados que otros, nos libramos llenos de ímpetu y ganas de desaparecer. Camino. Ya todos se habían esfumado cuando de pronto siento un diminuto golpecito en mi cabeza. Afuera llovía y con el caer de las gotas sobre el asfalto mojado, mi mirada explotaba al igual que ellas. La calle se cubría de una sustancia viscosa y por todos lados afloraban pequeños charcos color tornasol. Los conductores desenfrenados por esquivar las pozas, zigzagueaban como evitando chocar unos con otros. La gente a un costado caminaba con gestos arrugados y la mirada encasillada hacia la nada. Todos debían ir a algún lado, todos debían estar en alguna parte, todos eran siervos de una trayectoria predeterminada. Llueve y se atragantan las alcantarillas de basura, se moja la ropa tendida en los balcones, tintinean las luces del semáforo a lo lejos. Llueve y pareciera que siempre va a ser así. Entonces, yo ya había tomado la decisión de no presentarme al trabajo esa tarde. Realmente la había tomado aquella misma mañana en que desperté con las únicas ganas de permanecer postrado en la cama escuchando la lluvia golpear contra el vidrio de la ventana. Y fue como si una fuerza ajena a mi voluntad levantara mi cuerpo y lo llevara dentro del cuarto de baño. Me di una ducha caliente para incorporarme al mundo una vez más, como era de costumbre después de un sueño como el de aquella noche.

Ahora me encontraba sin rumbo alguno y me gustaba. Eran poco más de las tres de la tarde y no dejaba de dar giros en mi cabeza la imagen de mis compañeros de oficina al darse cuenta de que yo ya no estaba con ellos. Eran realmente extraños los momentos en que decidía ausentarme de todos. A veces necesito un día o más para recuperarme del daño que conlleva no poder mostrar ese lado esencial de mi vida por el miedo que me causa. En cambio, finjo y me río pero mis labios son débiles y tiemblan, tiemblan porque son inseguros y prefieren reír a decir lo que piensan. Es como si ya me hubiera acostumbrado a ello, pero no. Negar esa melancolía dentro de mí y poder ser tan corriente como el resto de las personas me es difícil. Por eso necesito estos días para poder ser como los demás no quieren que sea y escapar, al menos, en mi soledad.

La lluvia a ratos dejaba de caer. Desde lejos veo que se acercan mis amigos. Eso me llena de una vaga sensación de alegría que con el pasar de los segundos se transforma en incomodidad plena. Estoy algo aterrado. Los dientes me castañean sin parar. Por mucho que lo intente, no puedo impedirlo. Las manos me tiemblan un poco. No las siento como mías. Ellos ríen como siempre. El encuentro sería inevitable. Cuando pasaron junto a mí, los nervios habían cesado en absoluto y mi rostro ahogado reflejaba perfectamente el nudo que sentía en la garganta.
-Oye. Tienes una cara espantosa. ¿Lo sabías?
Asiento.
-¿Y qué diablos te ha sucedido?
-Ni yo mismo lo sé.
-Ni siquiera tú lo sabes. Tampoco sabíamos donde estabas, te llamamos pero nunca contestaste-. Me mira de pies a cabeza-. En fin, que estás en un aprieto.
-En un gran aprieto –digo. Desearía hacerles entender la gravedad de mi situación.
Durante unos instantes reina el silencio. Mientras tanto, uno de mis amigos enciende un cigarrillo y me mira con el entrecejo fruncido.
-¿Vas mañana donde Villanueva? –pregunta.
Asiento.
Rápidamente hago un gesto de despedida y me marcho. Entonces, escucho una voz a lo lejos que se va perdiendo entre la gente hasta desparecer.
-¡Pues, nos vemos!
Creo haber escuchado eso último que gritaron, al momento en que crucé la calle con la clara intención de dejarlos atrás en el camino, pero no estoy seguro del todo.

El cuerpo me pesa y las piernas me duelen de tanto caminar. Aún sigo algo choqueado por la situación que acababa de pasar pero cada vez me importaba menos. Ahora sólo necesito descansar. Era en lo único que podía pensar. No eran más de las seis y media cuando la lluvia dejó de caer, en cambio arriba se mostraba la imagen de un cielo totalmente despejado. El lugar en que ahora me encuentro está lleno de tranquilidad, la paz en sí misma. La arena se cuela lentamente entre las costuras de mis zapatos mientras camino, así que opto por sacármelos y continuar descalzo por la playa. No me bastaron muchos pasos para caer rendido sobre la arena. Con la mente fija en el horizonte, me quedo así un buen rato. Es un escenario perfecto. Embobado por el espectáculo, suelto alguna lágrima de emoción y sin darme cuenta, comienzo a llorar con desconsuelo. Sigo llorando. Recuesto mi espalda contra la arena y las lágrimas no paran. Poco a poco logro calmarme, ya no queda nada. Hecho un último vistazo al cielo. Me quedo boca arriba con los ojos cerrados con la imagen latente en mi cabeza del espectáculo que acababa de presenciar. La imagen no se desvaneció, aún así jamás pude distinguir el momento preciso en que logré quedarme dormido para siempre.
Andrés Carvajal
IVº Medio C, 2009

viernes, 6 de noviembre de 2009

Aproximación


“Sí, pero quién nos curará del fuego sordo, del fuego sin color que corre al anochecer por la rue de la Huchette, saliendo de los portales carcomidos, de los parvos zaguanes, del fuego sin imagen que lame las piedras y acecha en los vanos de las puertas, cómo haremos para lavarnos de su quemadura dulce que prosigue, que se aposenta para durar aliada al tiempo y al recuerdo, a las sustancias pegajosas que nos retienen de este lado, y que nos arderá dulcemente hasta calcinarnos.”
Julio Cortázar



Afuera llueve. Gota a gota se va cayendo un pedazo del cielo sobre una ciudad empapada. El agua hierve, el mate está lleno de hierba. De a poco va vertiendo el agua dentro, con mucho cuidado para no mojar la hierba que está arriba, casi escapándose de la calabaza. Se sienta y enciende un Gauloises. Se acomoda en el sillón, retiene el aire en su pecho. Echa la ceniza al suelo, no le importa. Sorbe un poco de hierba mate, toma una pluma y comienza…

He estado rumiando un pensamiento desde hace varios días, al punto que me asalta hasta en los sueños más inocentes, si es que logro conciliarlos. ¿Qué soy? ¿Quién soy? Tengo una noción extraña, un sentir poco común, por lo menos entre mis conocidos. Me siento ajeno, quizás infinitamente distante, imposibilitado, voluntariamente exiliado para alejarme de esa gente que está cerca. A veces pienso que es absurdo, que soy como todos pero un poco arrogante con todo lo que escribo, con todo lo que siento y lo que no siento, con todo lo que leo y fumo y lloro y me siento a tomar un matecito y a escribir sobre mí y sobre ti y el resto y el mundo y todo lo demás mientras afuera llueve y llueve tanto y hay gente que camina por barrios que no conozco que busca llegar a su casa a alguna casa que tenga el fuego encendido y el agua hirviendo en una tetera; afuera hay de todo. Pero creo que no, otras veces pienso que soy distinto a otros, que hay algo que en realidad me diferencia de ese grupo de personas y cosas que llamamos el resto del mundo.

En el cenicero cinco Gauloises, en la mano otro más, ninguno en la caja. En el reloj han pasado dos horas. Maldición, hay que ir a comprar más. Gauloises sin filtro. Se levanta del sillón, coge su abrigo (afuera llueve), sus llaves y un billete gastado. Con esto alcanza. Sale de su departamento y cierra con llave, comienza el descenso (a bajar). Tres pisos más abajo se encuentra bajo el arco de la entrada del edificio, un arco blanco, un edificio desgastado por los años y los malos cuidados. Unos pasos más allá camina la gente, pasa tranquila o apurada, con la ropa mojada. Casi todos con abrigo o paraguas, caminan bajo la lluvia. Bajando el escalón de la entrada, un paso más allá, pasará a ser parte de ese río, de esa jungla de personas que caminan quién sabe a dónde, quién sabe con qué propósito. Camina hacia un pequeño almacén, no muy lejos. Que buenas tardes, que unos cigarrillos, sin filtro por favor, un muchas gracias y un adiós. Eso te hace pensar. Camina distraído de vuelta a su hogar, entre la gente que aparece de repente, que parece no venir de ningún lado, parece no ir hacia ningún lado. Sube a su departamento, se sienta en el sillón raído.

Quizás lo más absurdo de la vida en que vivimos es su falso contacto. Creo que siempre he pensado lo mismo, en realidad uno está solo. ¿Hemos hecho algún contacto? Muy poco. Sentado aquí, los otros allá, mirarnos, hablarnos, encontrarnos, ir al cine, al teatro y recorrer el mundo… todos en una esfera, en un mundo limitado sin poder ir más allá, una mirada entre las esferas, la conexión máxima, estrechar las manos y conversar un rato, volver a tu mundo, a tu esfera. A tu nariz como límite del mundo, como los peces en su pecera, como un vidrio impenetrable seguido por la niebla, la incertidumbre, el miedo insoslayable, del inexorable temor a salir de la costumbre, del aburrimiento, del encierro. ¿Me explico? Yo creo que no. Nosotros no somos, sino que buscamos ser, manoteando entre palabras y conducta y alegría salpicada de sangre y otras retóricas como ésta. Qué carencia de profundidad y reflexión nos absorbe, somos robots, somos mecánica sin saberlo, programados, estereotipados y etiquetados, sin que nos opongamos, sin un gesto siquiera. Somos los ricos los pobres los perros los gatos los chilenos los franceses los alemanes las mujeres. Y siempre es lunes, todavía es lunes. ¿Aún no me explico? Por supuesto que no, nunca me podría explicar. Mis palabras no son el mensaje mismo que quiero transmitir, en eso se equivocan. Mis palabras son meras transportadoras, burros de carga que han dejado caer parte del peso que no fue apropiadamente asegurado y qué poco poético suena eso. Son como cucharas, camiones de carga y otras analogías, son falsedades, malas interpretaciones. El mensaje está dentro, codificado, en clave… me gustaría que fuera un escalofrío una sonrisa una lágrima un puño o un volcán. De eso ya no se preocupa nadie, menos hoy. Las palabras pueden ser pigmentos y notas e imágenes y viceversa y todo lo contrario también. Hay más cosas en mi mente.

Afuera llueve. Gota a gota se va cayendo un pedazo del cielo sobre una ciudad empapada. Se levanta con un nudo en la garganta, con una carta a medio escribir entre sus dedos delicados, dedos que ansían poder tocar aquello que ella extraña.


Él nunca entendió, nunca pudo entender por qué no quise traerte, o por qué quería hacerlo. Nunca entendió por qué te dejaba al cuidado de aquella nodriza, por qué me daba miedo, nunca entendió ningún por qué. Es raro, porque parece entenderlo todo. Habla como si lo entendiera todo, como si pudiera uno a uno desentrañar los secretos y las verdades que esconde el mundo, que esconden los libros que lee y que relee. Parece entender enseguida todo aquello que a mí me cuesta tanto comprender, sin embargo hay algo que nunca podrá entender, algo que me lastima. Es algo profundo quizá, es algo distinto. No puede entender que yo lo siento, él se ríe, como cuando le dije que tu nodriza era maligna, que se ponía guantes de goma para hablar, para hablar de ti con sus palabras pulidas, escondiendo las manos. Él no entiende, mon bebé, no entiende que yo pueda hacer cosas irracionales, no entiende que yo pueda caminar una hora bajo la lluvia si en un barrio que no conozco están pasando Potemkin y hay que verlo aunque se caiga el mundo, porque el mundo ya no importa si uno no tiene fuerzas para seguir eligiendo algo verdadero, si uno se ordena como un cajón de la cómoda y te pone a ti de un lado, el domingo del otro, el amor de la madre, el juguete nuevo… Quizá tu entenderás un día, mon bebé, o quizá buscarás lo mismo que busca él, en soledad escogida, marginado por voluntad, anti-moralista, buscarás quién sabe qué cosa, buscarás como un idiota. Buscarás como un idiota una forma de comprender el mundo, una forma de alejarte de lo convencional, de diferenciarte de los otros, de ser tú mismo, de alejarte del sentimentalismo… quizá tu también serás como Horacio y tendremos que vivir combatiéndonos, y esto es muy triste mon bebé, a ti no te gustaría, pero es la única forma para que valga la pena vivir.

Él se levanta, un vaso de whiskey y otro, un par de cigarrillos… Él se levanta, Horacio, y sale a la ciudad. Tantas veces repitió este proceso, en tantos cafés y bares y esquinas se sentó a pensar, a marginarse por voluntad, para luego salir a caminar, pasar por el Pont des Arts y preguntarse incansablemente… ¿encontraría a la Maga?
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¿Encontraría a la Maga? Creo que todos los que hemos tenido el placer de leer Rayuela, nos hemos hecho esa pregunta. Probablemente somos muchos los que nos hemos enamorado de ella, somos muchos los que la hemos buscado entre pasillos y muchedumbres, muchos los que hemos confundido su silueta en una esquina o de noche. Lucía es una mujer única, llevando la desgracia de no ser real, que nos condena a buscarla, a buscarla como al rayo de luna. Es increíble la forma en que Rayuela nos puede hacer vibrar, como nos hace eternos cómplices de un juego inexplicable, como nos revela un mundo desconocido: la realidad.[1] Es precisamente esto, son estas vibraciones las que yo busco transmitir a ustedes por medio de esta confesión, pero no deseo que se queden en mis palabras, sino que espero que puedan ver más allá y mezclarse con mi forma de sentir y entender (palabras clave) el mundo. A mi juicio (que tomé prestado de Cortázar), existen dos (en realidad tres, aunque la tercera la he encontrado solo en teoría) formas de captar y procesar la realidad, aunque, por desgracia, son incompletas.

La realidad y las relaciones inter- e intrapersonales pueden ser abordadas a través del entendimiento o del sentimiento. Mi intención fue lograr una muestra de ambas a través de la aproximación a personajes rayuelescos con la que comencé mi ensayo. Primero está la forma de Oliveira, del antimoralista, del autodesignado Ser Superior, quien intenta entender el mundo desde una perspectiva racional, de libros de texto y notas sueltas de Morelli, que crecen como bacterias dentro del caos de una posible lectura de Rayuela. La personalidad de Horacio da a entender un fuerte sentimiento de soledad y aislamiento del mundo, en el que las personas viven en burbujas separadas o en túneles que corren paralelos, en los que quizá podamos mirarnos por una ventana, pero nada más. Horacio es protagonista de una búsqueda constante e infinita, una búsqueda de lo trascendente, de lo que va más allá, en busca de algo que quizá no existe, dándonos siempre la sensación de que lo que busca debe haber estado siempre en su propio bolsillo. Oliveira, en su afán racionalista y rupturista, se vuelve incapaz de hacerse partícipe del mundo, relegándose a un nivel de espectador o crítico, incapaz de abordar la realidad de una manera más completa, ya que deja de lado cualquier estímulo que tenga un sesgo de sentimentalismo, por parecerle impreciso, banal, enemigo de aquello que busca, del deseo metafísico. Pero… ¿quién nos curará del fuego sordo, del fuego sin color, sin imagen, sin referencia, irreductible a un concepto? ¿Quién nos curará del deseo metafísico, del deseo que nos forma, nos constituye, nos destruye? Hay algo que Oliveira no puede lograr, y que envidia y aborrece de Lucía. La Maga, a diferencia de los demás, no es una intelectual. Le cuesta mucho trabajo entender lo que el resto del Club entiende enseguida, se siente disminuida frente al conocimiento de sus amigos, es tan violeta ser ignorante… Sin embargo, la Maga puede sentir el mundo, puede hacerse partícipe de él a través de las sensaciones para sumergirse en una realidad de la que ella es parte. En las palabras de Oliveira, la Maga nada en el río, mientras que él lo mira desde afuera. La carta que la Maga escribe a Rocamadour da cuenta de esta intensidad de vida, de la necesidad de ser auténtica, un poco impulsiva… porque el mundo ya no tiene sentido si uno no tiene fuerzas para seguir eligiendo algo verdadero.

Es precisamente en este punto donde quiero hacer una confesión. Rayuela es un libro que te transforma, y yo me transformé. Caí en la falta de convertirme en un Oliveira, de buscar el absoluto, me envolvió también el deseo metafísico, la sed de trascendencia. Yo también busqué a la Maga en otras mujeres, yo también creí en la posibilidad de encontrarla mirando al horizonte o en el Pont des Arts. De esta experiencia he formado mi idea de utopía, mi idea de individuo, las ganas de poder conciliar el entender de Oliveira con el sentir de la Maga. Por eso, por medio de estas palabras y de mi aproximación a Rayuela, los invito a todos a abrazar, ceñir, rodear por todas partes la realidad. Los invito a comprender, a ser Oliveira y la Maga al mismo tiempo, a atreverse a nadar en el río sin dejar de verlo, por favor, los invito a ser auténticos, a sentir y entender, los invito a mi Utopía.

Rodrigo Selamé

IVº C, 2009

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[1] Me gustaría poder dejar esta confesión hasta este punto, incompleta y disponible para la libre interpretación del lector, ya que, si el lector entiende lo que hasta aquí he relatado, mis próximas palabras le parecerán accesorias y quizá hasta vulgares, por no poder compararse siquiera con las del escritor-filósofo al que me intento parecer. Desgraciadamente, una pauta me obliga a continuar.

Nota explicativa: Si bien pudiera parecer que este ensayo está demasiado afrancesado y no está abordado desde la perspectiva de la chilenidad, es necesario aclarar que está confesión nace de la experiencia de un chileno en distintas partes del mundo, incluyendo a París, y que se ambienta mejor en la capital francesa, por coincidir con el París de la mente que propone Cortázar en su obra. Por está razón, este ensayo nace de la experiencia misma de la chilenidad, siendo su ambientación un mero aspecto de estética literaria.