martes, 28 de febrero de 2012

Siento, luego existo

“…No te rindas, aún estás a tiempo
De alcanzar y comenzar de nuevo,
Aceptar tus sombras,
Enterrar tus miedos,
Liberar el lastre,
Retomar el vuelo.
No te rindas que la vida es eso,
Continuar el viaje,
Perseguir tus sueños,
Destrabar el tiempo,
Correr los escombros,
Y destapar el cielo…”

(No te rindas, Mario Benedetti)

Prólogo
Siento, luego existo. Es así como inicia esta gran encrucijada; descubrir nuestros roles y valorar nuestra esencia femenina para luego valorar al otro. Un ensayo confesional escrito en primera persona e íntimamente unido a todo lo cósmico y antropomórfico y, asimismo, lleno de emoción y de una introspección a la vida que nos hace reflexionar sobre nuestra propia naturaleza como mujeres del mundo contemporáneo y de un país como Chile. Un ensayo relacionado directamente con mi propia perspectiva hacia la reconstrucción de géneros y hacia lo más intrínseco de cada ser humano; nuestros mayores miedos e inseguridades. Mi propósito es simple, demostrar la importancia del amor en la construcción de nuestras personalidades y recalcar que la imperfección es la verdadera belleza.  Asimismo, el lector podrá hacerse testigo de la  llegada de aquel personaje del ángel negro, quedando al descubierto que vencer la niebla y la oscuridad sí es posible, simplemente con la confianza hacia uno mismo.
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 Siempre me ha gustado escribir de noche, cuando la luna renace y el sol se esconde bajo un inalcanzable atardecer rojo carmesí; cuando la calle se ilumina por luciérnagas nómadas y la soledad vaga por los desconocidos callejones de la ciudad, tocando las puertas de cada casa en busca de calor y de aquella quimérica compañía. El silencio abunda y los sueños invaden nuestras mentes; somos tan endebles ante la oscuridad de la noche, somos tan humanos ante las estrellas y ante el infinito cielo. Siempre me ha gustado escribir; sentir como las palabras fluyen y crean arte, como mis sentimientos se transforman en letras y en una pasión universal, en un deseo constante de transmitir quién fui, quien soy y quién deseo ser en un futuro a veces tan lejano, y otras veces tan intimidantemente cercano. Siempre he podido alejar mis miedos a través de la escritura, abandonar mis inseguridades, luchar contra mis angustias; renunciar a la incertidumbre. Nací mujer en un mundo patriarcal, en un mundo que pareciera ser tan superficial y hedonista, pero que esconde tantos recelo y desconfianza. Nací mujer en un mundo lleno de injusticias y desigualdades, pero que esconde tanta esperanza y empatía. Crecí riendo, llorando, aprendiendo y hoy, he llegado a un punto de mi vida en que- del mismo modo en que Terencio pronunció en una Roma ancestral- humano soy, nada de lo humano me es ajeno; mi mente se ha convertido en una fuente de reflexiones y en la fuerza propulsora de una mirada analítica hacia la vida y hacia la sociedad, y la noche ha contribuido a ello, especialmente esta noche y esta luna.
Siempre me ha gustado observar y lograr entender lo que somos o lo que pretendemos ser, siempre me ha gustado mirar a la gente mientras camina, sentir lo que piensan, percibir sus emociones y escuchar lo que opinan. Siempre me ha gustado entender nuestro ayer para comprender la razón de nuestro ser contemporáneo. Nuestra historia, desde la perspectiva del género, ha sido una constante lucha contra la resignación y la sumisión y hemos de valorar a aquellos espíritus valerosos que determinaron nuestro hoy. Por eso, ante esta noche y ante estas estrellas se bosqueja en mi mente la siguiente pregunta: ¿Cómo valorar al mundo, si no soy capaz de valorar mi propia esencia femenina? [1]La vida se basa en eso; luchar contra la individualidad y la falta de humanidad, comprendernos a nosotros mismos para luego comprender al otro, pero, ante todo, saber apreciarnos como individuos imperfectos y mortales. Somos tan maravillosamente humanos, tan ilógicamente complejos, entes espirituales e irrevocablemente sensibles por naturaleza. El hombre, como Unamuno afirma, no es un animal racional, sino que un ser afectivo y sentimental y nosotros, los Daseins, nos encontramos en una constante lucha por realizarnos; en cada momento de nuestras vidas tenemos un propósito, y a él conspira la sinergia de nuestras acciones. El vivir es la gran misión humana; luchar contra la llegada del ángel de la muerte y nunca perder nuestra auténtica condición. Al querer ser otro, queremos dejar de ser lo que realmente somos; al querer ser otro, el hombre se convierte en un auténtico enajenado, víctima de una ilusión efímera y la vida se torna más dolorosa que la postrera sombra. La inseguridad nos hace esclavizarnos como locomotoras, nos convierte en monstruos que, en cuanto cae la noche, lloran irremediablemente y cuyo único consuelo es aullar. Nos convierte en extranjeros de nuestros corazones y hablamos simplemente para no callar, destruyendo nuestra esencia y desechando la alegría del simple hecho de vivir.
Nuestra única salvación es el amor; sin amor no hay convivencia ni armonía social, ya que  este sentimiento es la condición fundamental de nuestra existencia. Es el amor lo que nos convierte en seres humanos capaces de convivir dentro de una sociedad determinada. Es el remedio más importante dentro de una humanidad en donde la deshonestidad, la mentira y la desconfianza invaden las conciencias de aquellos pobres entes que viven en una edad materialista y superficial, en una edad patriarcal, en la que- como afirma Humberto Maturana- la sexualidad se ha convertido en violencia, debido a una falta de ternura. Nuestro pasado como sociedad estuvo determinado por la edad matrística, en donde existía un equilibro y coherencia en la especie, ninguno estaba situado sobre el otro, promoviendo el respeto y la dignidad de ambos géneros ¿Ubi sunt? Asimismo, nuestra utopía de futuro está representada a través de la edad neomatrística, la cual lograría acabar con la edad patriarcal, a través de la reflexión como instrumento liberador y la honestidad volvería a convertirse en la vía para lograr la biología del amor. Ésta es una batalla que debemos emprender, debemos luchar por nuestros sueños y metas; debemos luchar por el amor, por la ternura y la pasión. La mujer, vencedora constante de las limitaciones sociales, debe proclamar su fuerza de género, ya que si las mujeres aspiramos a comportarnos como hombres, habremos perdido todas nuestras ambiciones y nuestra esencia se irá perdiendo lentamente dentro de la violencia espiritual de la que seremos víctimas. Lo más importante es valorarnos como mujeres, como mujeres de gran alma; que piensan con el corazón, actúan por la emoción y vencen por el amor. [2]Luchar contra los erróneos patrones de perfección que la sociedad consumista ha impuesto y simplemente reír; reír de lo maravillosamente imperfectas que somos, porque los ojos de las mujeres están cansados de ser llanto.
Todos vivimos bajo el mismo cielo y no podemos vivir devorándonos unos a otros, porque el tiempo se escapa, Cronos nos devora minuto a minuto y la vida es muy corta para no disfrutar de nuestras virtudes y defectos.
Siempre me ha gustado escribir de noche y hoy, especialmente bajo estas estrellas, siento que al fin he sido capaz de enfrentar mi mayor miedo; mi gran pánico de hablar en público. Confieso que mucho tiempo he vivido con esta horrible sensación de temor, de vergüenza. Muchas veces he llorado en la soledad de la noche, en la tristeza del invierno. Confieso que muchas veces he deseado ser otra persona y olvidar mi verdadero yo. Pero el amor y la esperanza me han ayudado a sobrellevar este tormento de inseguridades y a lograr entender que nadie es perfecto y que es esa misma imperfección lo que nos hace bellos y únicos. Nací mujer y tartamuda, mas soy feliz, extremadamente feliz. Muchas veces odié al mundo y a mí misma, pero qué equivocada estaba, qué ciega era, qué ingrata fui; qué egoísta. Este trastorno cambió radicalmente mi perspectiva de mundo, y me hizo darme cuenta de que nuestra esencia es el mayor regalo que la vida nos pudo dar, que es algo completamente nuestro; nuestro mayor tesoro, nuestra verdadera riqueza. Nuestro ser es lo más importante y –como alguna vez Sigmund Freud señaló- nuestros complejos son la fuente de nuestra debilidad; pero con frecuencia, son también la fuente de nuestra fuerza.
Siempre me ha gustado escribir de noche y especialmente este crepúsculo ha sembrado en mí una nueva sensibilidad, un deseo fugaz de vivir. 
- ¿Por qué lloras?- me pregunta un ángel negro desde la oscuridad de la noche.
- No estoy llorando, simplemente se me metió tu recuerdo al ojo. 
- ¿Tienes miedo nuevamente?
- No, ya no te tengo miedo. No más, nunca más.
- ¿Supiste que Armando murió?
- Sí, sí supe. Lo mataste. 
- Su Otro Yo no lo dejaba vivir; en este mundo no sirven esas almas sensibles y melancólicas. 
- Qué mentira más grande dices. 
- Mentira es creer que el ser humano es capaz de encontrar el equilibrio perfecto entre el cuerpo, el alma y su trascendencia. 
- Mentira es creer en ti, ángel despiadado.
- Mentira es pretender que son únicos; todos los hombres son un desperdicio, monstruos insaciables llenos de rencor. 
-Mentira es no creer en nosotros. Tanto tiempo te tuve temor, tanto tiempo viví asustada de ti. Y ahora me siento tan libre. Aléjate, vete lejos, desaparece. No vas a ser tú quien me haga infeliz y no vas a ser tú, ni nadie, quien me haga desvalorar mi naturaleza femenina, porque ¿Sabes qué? Nací mujer, nací imperfecta, nací en un mundo en el que la mujer es una invicta persistente de las restricciones patriarcales y nací para luchar por ello.

Fue así como, finalmente, aquel ángel negro, aquel espíritu insensible y despiadado desapareció entre la oscuridad de la sombra, desvaneciéndose junto al miedo y en mi ventana resplandecieron los primeros rayos de luz del amanecer eterno.


[1] Acotación: Se recomienda escuchar la canción “Como la Cigarra” de Mercedes Sosa
[2] Acotación: Se recomienda escuchar la canción “Ella” de Bebe

Stephanie Vaccarezza
IV° Medio B
2011